El rostro de la misericordia / Daniel Conway
El papa Francisco reflexiona sobre las tormentas que ha ocasionado la pandemia del coronavirus
“El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor” (Papa Francisco, mensaje Urbi et Orbi, 27 de marzo de 2020).
El 27 de marzo el papa Francisco se paró delante de una plaza vacía en el atrio de la Basílica de San Pedro y proclamó “a la ciudad y el mundo” (“urbi et orbi”) que, incluso en medio de la pandemia del coronavirus, nuestra esperanza se encuentra en la calma y el poder sanador de Jesucristo. El mensaje del papa es una reflexión sobre la lectura del Evangelio según san Marcos (Mc 4:35-41), que recuerda el tiempo en el que Jesús y sus discípulos estaban en un barco y, repentinamente, una tormenta turbulenta amenazó con voltearlo y hundirlos a todos.
El Santo Padre describe la situación de la siguiente forma:
Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, [Jesús] permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre—es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”
Más que estar sencillamente atemorizados que, según el papa, es natural dadas las circunstancias, los discípulos lo atacan verbalmente diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” (Mc 4:38). En su terror egoísta acusan a Jesús de que no se preocupa por ellos. “Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele—señala el papa—es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?” Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón”.
Puesto que Jesús se preocupa tan profundamente por sus discípulos y todos nosotros, la pregunta infantil de los discípulos “¿no te importa que perezcamos?” no solo resulta dolorosa e inadecuada, sino que es un signo de la debilidad de su fe. ¿Cuántas veces les ha demostrado Jesús la profundidad de su amor por ellos? ¿Cuántas veces ha realizado milagros de sanación y esperanza en situaciones que aparentan ser desesperanzadas? No es de extrañar, pues, que al despertarse y luego de calmar los vientos y las mareas, Jesús les reproche su falta de fe en Él.
El Santo Padre compara la situación del Evangelio según san Marcos con la tormenta repentina y violenta que amenaza el mundo con la pandemia del coronavirus. Expresa:
La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras,” incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad. Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.
La “inmunidad” de la que habla el papa Francisco es para combatir los males que nos azotan en esta época de crisis mundial. Así como luchamos para fortalecer nuestro sistema inmunitario, crear vacunas y medicamentos que puedan curar las enfermedades físicas que nos amenazan, también debemos alcanzar un estado de salud y vitalidad espiritual que sea lo suficientemente fuerte como para prevenir que la ansiedad y la desesperación se apoderen de nosotros.
La cura de lo que nos aqueja espiritualmente es la confianza en el poder sanador del Señor. No nos atrevamos a dudar que Él nos cuida porque perderemos toda la esperanza. “Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe” dice el Santo Padre. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti.”
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †