El rostro de la misericordia / Daniel Conway
Pese a lo que se dice, la eutanasia no es misericordiosa
“La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana” (Papa Francisco, “Laudato Si’: Sobre el cuidado de la casa común,” #155)
Un eufemismo utilizado comúnmente para referirse a la eutanasia (el acto de tomar la vida de una persona que se considera que tiene una enfermedad terminal) es “matar por misericordia”. Pero tal como lo ha dicho el papa Francisco en repetidas ocasiones, la eutanasia no es misericordiosa.
Contrario a la opinión cada vez más aceptada, y a menudo legalizada, la eutanasia no promueve la libertad personal ni conduce a una “buena muerte” en comparación con una muerte degradante o inhumana.
Según el Santo Padre, “La práctica de la eutanasia, que ya se ha legalizado en varios países, aparentemente pretende promover la libertad personal; en realidad, se basa en una visión utilitarista de la persona, que se vuelve inútil o puede equipararse a un coste, si desde el punto de vista médico no tiene esperanzas de mejora o ya no puede evitar el dolor.”
Esta no es una perspectiva cristiana de la persona humana hecha a imagen y semejanza de Dios y, en este caso, a imagen de un Jesús sufriente y moribundo. Jesucristo sufrió un dolor abominable y una muerte humillante por nuestro bien y aquellos de nosotros que somos sus discípulos estamos llamados a verlo en cada persona que sufre, independientemente de cuán desahuciada sea su condición.
Nuestra primera y principal responsabilidad es amar a los enfermos tal como Jesús lo hizo. A lo largo de todo el Nuevo Testamento hay innumerables situaciones y parábolas que muestran a Jesús y a sus discípulos expresando su amor y preocupación por los enfermos y moribundos.
“Estamos viendo una fuerte tendencia universal hacia la legalización de la eutanasia,” señala el papa Francisco. “Aún en estas circunstancias tan adversas, si la persona se siente amada, respetada y aceptada, la sombra negativa de la eutanasia desaparece o se convierte en algo prácticamente inexistente. Esto se debe a que el valor de su vida como ser humano se mide por la capacidad de dar y recibir amor y no por su productividad.” Incluso (y especialmente) en las peores circunstancias, el papa nos pide que tratemos a los enfermos con “respeto por su autonomía y con una gran responsabilidad de estar allí presentes, ser comprensivos y dialogar.”
Al igual que el aborto, la pena capital y otros asuntos graves que tocan la vida, la eutanasia presume que nosotros (la familia, la comunidad médica o el Estado) tenemos autoridad para poner fin a una vida humana. Esta es una contradicción directa a nuestra convicción más fundamental como cristianos puesto que solo Dios es el Señor de la vida y solo Él tiene el poder absoluto sobre la vida humana. No tenemos el derecho de decidir quién vive o quién muere. De hecho, estamos llamados a ser administradores responsables de este precioso don y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para preservar la vida humana y, en definitiva, si hemos agotado todos nuestros recursos humanos, encomendar a un enfermo terminal al amor y la misericordia de Dios.
“Actualmente vivimos en un mundo en el cual se hacen experimentos con la vida. … Experimentos perniciosos,” afirmó el papa.
“En una época en la que ‘se juega con la vida,’ ¡tengan cuidado! ¡Esto es un pecado contra el Creador! ¡Contra Dios el Creador!”
Los que defienden la eutanasia a menudo muestran lo que el papa Francisco denomina “una falsa compasión” hacia aquellos que sufren terribles dolores en la antesala de la muerte.
Por supuesto, la compasión es algo fundamentalmente importante y en numerosas ocasiones el papa ha hecho un llamado para que los médicos y otros profesionales de la salud traten a los enfermos y a los moribundos con humanidad y genuina compasión. El Santo Padre considera que el verdadero significado de la compasión es “sufrir con” otro ser humano (en su sentido literal “con pasión”), compartir su sufrimiento a un nivel profundamente personal y espiritual.
Ningún hombre o mujer jamás debería ser considerado inútil o indigno, ya que independientemente de su condición, los gravemente enfermos merecen lo mejor de nosotros. Aunque sea necesario interrumpir todos los procedimientos médicos, no hay excusa para retirar el amor, la comodidad y la presencia de personas que puedan acompañarlos en las últimas etapas del camino de la vida.
Como cristianos, es nuestro deber sagrado brindar consuelo y esperanza a todos los que están en peligro de morir. La esperanza quizá no implique una cura milagrosa pero sí que aquellos que sufren encontrarán vida en Cristo y entre sus hermanos que verdaderamente se preocupan por ellos.
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †