September 20, 2024

Cristo, la piedra angular

Jesús nos invita a seguirlo y a conocer nuestro propósito de vida

Archbishop Charles C. Thompson

“Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que les he mandado” (Mt 28:19-20).

El sábado 21 de septiembre es la fiesta de san Mateo Apóstol. Mateo, también llamado Leví, era recaudador de impuestos, ocupación que lo convertía en un marginado, un paria social. Para utilizar el término del Papa Francisco, se encontraba “en la periferia” de la sociedad judía.

Sin embargo, Jesús le tendió la mano a Mateo/Leví con unas sencillas palabras: “¡Sígueme!” (Mt 9:9). En respuesta a esta invitación, el recaudador de impuestos dejó lo que estaba haciendo, se levantó y lo siguió.

Es imposible entender esta historia fuera del contexto de un milagro, un caso de intervención divina en cuestiones humanas. Algo muy dentro de Mateo reaccionó a la santidad de Jesús; algún profundo anhelo interior, del que tal vez ni siquiera era consciente, clamaba en silencio: “Sí, Señor. Te seguiré.” Impulsado por el Espíritu Santo, el que pronto dejaría de ser recaudador de impuestos, actuó según esta influencia espiritual y nunca miró atrás.

Por supuesto, los fariseos, que se veían a sí mismos como justos seguidores de la ley, se opusieron y les dijeron a los discípulos de Jesús: “¿Por qué come su maestro con recaudadores de impuestos y con pecadores?” (Mt 9:11) ¿Por qué, en efecto? Desde su perspectiva, los recaudadores de impuestos representaban el peor elemento del judaísmo.

Eran agentes del Imperio Romano, colaboradores de las fuerzas de ocupación.

La respuesta de Jesús no pudo ser más clara: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos” (Mt 9:12). Jesús, el Verbo de Dios encarnado, es el rostro de la misericordia en el cual vemos reflejado el amor infinito e incondicional de Dios. No quiere castigar ni condenar a los pecadores sino redimirlos, liberarlos de la esclavitud del pecado y de la muerte.

Y así, Jesús invita a los pecadores—a todos nosotros—a seguirlo. Con suavidad, pero con firmeza, nos ordena que sigamos sus pasos y aprendamos de él el sentido y el propósito de nuestras vidas. “Vayan, pues, y aprendan qué significa: Misericordia quiero y no sacrificio» nos dice. Porque yo no he venido para llamar a justos, sino a pecadores” (Mt 9:13).

Nuestra tradición católica identifica a san Mateo como el autor del primer Evangelio. Su trayectoria personal le llevó de ser un marginado social a un ferviente evangelista, cuyo corazón ardía en deseos de proclamar la Buena Nueva de nuestro Salvador Jesucristo. Su capacidad para evangelizar no se debió a sus dones y talentos personales, sino a que era un pecador que tuvo un encuentro personal con Jesús que lo cambió todo en su vida.

En la primera lectura de la festividad de san Mateo (Ef 4:1-7, 11-13), san Pablo describe la nueva forma de vida que los seguidores de Jesús están llamados a adoptar:

“Hermanos y hermanas: Por eso yo, prisionero en el Señor, les exhorto a que anden como es digno del llamamiento con que fueron llamados: con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándose los unos a los otros en amor, procurando con diligencia guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como han sido llamados a una sola esperanza de su llamamiento. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos quien es sobre todos, a través de todos y en todos” (Ef 4:1-6).

El Médico Divino nos ha tendido la mano a cada uno de nosotros y nos ha llamado a seguirlo. Sabe que somos pecadores, pero sabe aún más profundamente que tenemos el potencial de ser santos. Nos ordena “vayan y hagan discípulos de todas las naciones” (Mt 28:19), pero como somos evangelistas reacios—en el mejor de los casos—demasiado débiles y torpes para proclamarlo con valentía, nos concede dos poderosos dones que marcan la diferencia.

En primer lugar, nos da su propio cuerpo y sangre en la Eucaristía para alimentarnos y sostenernos en el cumplimiento de su misión. En segundo lugar, envía al Espíritu Santo para guiarnos y animarnos con el poder del amor de Dios.

Para Mateo/Leví, un encuentro personal con Jesús fue la respuesta a su anhelo más profundo. Su ejemplo nos muestra que por mucho que nos hayamos desviado del camino de la vida correcta, hay esperanza para el futuro y esa esperanza es Jesús mismo. Si lo encontramos, seguramente nos llamará a seguirlo.

Hay muchas maneras de encontrar y encontrarse con Jesús, pero como demostró tan poderosamente nuestra experiencia durante el Congreso Eucarístico Nacional, el Señor de la Vida camina con nosotros en la sagrada Eucaristía. Él se entrega a nosotros en cuerpo y sangre, alma y divinidad para que podamos “salir” hasta los confines de la Tierra y compartirlo con los demás. †

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